En las regiones y localidades vinícolas, el sur de Araba y Nafarroa en particular, se bebía vino casi a diario. En el resto del territorio, por el contrario, el vino se compraba y los barriles de madera había que transportarlos en carro; por eso, en las comidas cotidianas lo que se bebía era agua de la fuente. En las poblaciones y casas donde se acostumbraba elaborar sidra, se bebía esta en lugar de agua hasta acabar con la producción anual. El vino se reservaba para los días festivos.
Como no solía haber dinero para comprar vino, en muchos lugares se utilizaba como moneda de trueque por los trabajos prestados; por ejemplo, en pago por los trabajos comunales el ayuntamiento solía ofrecer vino. En muchos parajes a los vecinos que toman parte en romerías y celebraciones especiales o a los que portan imágenes en las procesiones todavía hoy día se les obsequia con vino.
A comienzos del siglo XX el consumo de vino se normalizó y se convirtió en algo común, pero solo para los hombres; las mujeres y los jóvenes debían mezclarlo con agua.
Antiguamente, tanto en las tabernas como en los caseríos, el vino se almacenaba en odres de piel de oveja o de cabra con capacidad para unos ochenta litros. En las tabernas se bebía del porrón y en las casas se utilizaban tanto el porrón como la bota. En la actualidad, como sabemos, la bota solamente la llevamos al monte, al fútbol o de excursión.
Las unidades empleadas para la medición del vino eran la azumbre, azunbrea, que equivalía a unos dos litros y la cántara, kantara, u ocho azumbres, es decir, dieciséis litros aproximadamente. Asimismo, se usaban la media azumbre, azunberdia, y el cuartillo, kuartilua, o cuarta parte de una azumbre, que se consideraba la ración adecuada por persona.
Actualmente debemos admitir que la bebida más extendida y popular en Euskal Herria es el vino. Además de ser consumido en los hogares, es lo que se bebe durante el poteo, txikiteoa, o ronda de grupos de amigos y cuadrillas bebiendo vasos de vino de bar en bar.
En lo que se refiere al txakoli, aunque su consumo experimentara un descenso considerable durante el siglo XX, en los últimos años se ha incrementado de forma notable, especialmente en la costa de Bizkaia y Gipuzkoa.
Antiguamente en algunos pueblos había determinados caseríos que producían y vendían txakoli. Estos caseríos, también conocidos como txakolinak, no abrían sus puertas todos al mismo tiempo. El primer caserío comenzaba a descorchar hacia el día de San José; una vez terminada su cosecha, se abría la venta en el siguiente, y así continuaban haciéndolo uno a uno, siempre después de agotar las provisiones del anterior. La venta en cada caserío solía durar unos quince días.
Como señal de que el caserío había comenzado la venta, se colocaba una rama de laurel en la puerta y una mesa larga con bancos delante de la casa para que los clientes se sentaran. Lo mismo pasaba con la sidra. Si bien muchos de los caseríos solo producían para su propio consumo, en cada pueblo siempre había un par de caseríos, sagardotegiak, que se dedicaban a su venta. Aún existen, sobre todo en Gipuzkoa. Cuando llega la época y se abren los barriles, mayormente los fines de semana, se llenan de gente procedente de otros pueblos deseosa de degustarla.
Sin embargo, como es sabido: “Ardoarekin, txakolinarekin edo sagardoarekin afaltzen duenak, urarekin gosaltzen du” (Quien cena con vino, txakoli o sidra desayuna con agua), así es que ¡bebed con mesura!