El día 2 de febrero se celebra la fiesta de la Candelaria. Hace años era costumbre este día acercarse a la iglesia con candelas y cirios; normalmente era la señora de la casa quien lo hacía. El cura párroco las bendecía en la celebración de la misa de ese mismo día. En sí el rito no tenía mayor complicación, pero en su sencillez era tremendamente importante ante los ojos de la sociedad tradicional.
Las amas de casa escondían las velas en un lugar determinado de la casa (entre sábanas y ropa, en el interior de un armario o de un baúl, por ejemplo). Se creía que estas velas poseían un poder especial, y cuando en casa se necesitaba amparo o protección (durante el transcurso de una tormenta, o cuando se pensaba que un alma errante o un ser misterioso pululaba por los alrededores, etc.), se recurría a ellas: se encendía una de estas velas e inmediatamente todos los malos presagios desaparecían.
Igualmente eran estas, las velas y la luz con las que se alumbraban el velatorio de los familiares fallecidos, o las que, domingo tras domingo, se colocaban una vez prendidas sobre la estela funeraria familiar de la iglesia.