Ahora recogemos el calendario general de esta época, junto con las celebraciones más reseñables y los cantares elegidos para reseñarlas.
Desde que el hombre es hombre, éste siempre ha hecho todo lo posible por dar explicación a los acontecimientos que acaecen a su alrededor y por entender su vida y el mundo que lo rodea. El ser humano necesita definir planteamientos y determinar categorías para poder encuadrar en ellos los actos cotidianos de su vida.
Hombres y mujeres mantenemos con la naturaleza una estrecha relación, y precisamente por ello hacemos nuestros a la misma naturaleza y sus ciclos, tomando como punto de referencia y medición los sucesos que periódicamente, incansablemente, se repiten.
Las manifestaciones de carácter tradicional que han tenido lugar y todavía hoy lo tienen en Euskal Herria durante el invierno, deberían ser, pues, también analizadas partiendo de esta experiencia directa con la naturaleza a la que nos referimos.
En un comienzo, y a tenor de cómo se desarrolla el año, día tras día, cualquier grupo humano establece dos términos de orden principales, ambos relacionados con el ciclo natural del sol: el solsticio de invierno y el solsticio de verano. El trayecto de ida y vuelta del sol y su número de horas de luz diarias son los parámetros de los que se sirve el mundo tradicional para determinar los solsticios anuales. Recordamos las palabras de don Manuel Lekuona al respecto:
“Se percataron [los antiguos vascos paganos, jentillak] de que las apariciones del Sol en el horizonte no eran siempre en el mismo lugar, y de que cuando se ocultaba tampoco siempre era por un mismo sitio: cada vez más hacia el norte, o cada vez más al sur (olloaren arra, ardiaren xaltoa). Comprobaron que a medida que el Sol iba más hacia el norte, el día era más largo; y que cuando lo hacía más hacia el sur, el día acortaba.
Pero también observaron que el Señor Sol, en esos recorridos, llegaba en un determinado momento al final de los mismos y que entonces comenzaba su marcha atrás: tal y como había alargado su recorrido, luego se acortaba; y al contrario, si antes iba acortándose, ahora se alargaba.
Se conoce en lengua extranjera como solstitium, solsticio, al hecho de llegar al final, o al tope, de dicho trayecto. Y tal y como decía, nuestros pastores dominaban perfectamente este fenómeno que tenía lugar en el horizonte. Y cuando esto sucedía, el Señor Sol, al anochecer, era agasajado por los pastores con solemnes celebraciones (decían incluso que el mismo Sol se aparecía danzando en aquellas celebraciones al anochecer). Éste es el Acontecimiento y Misterio que los antiguos pastores vascos celebraban la noche de San Juan. Una fiesta precristiana, pura; y en su memoria compusimos antiguos cantares que todavía hoy suelen ser entonados en nuestros caseríos. Por ejemplo, los cantos de Olentzero en la zona del Bidasoa”.
La organización de las estaciones del año se fundamenta en las dos grandes fases o ciclos determinados por los solsticios. Con motivo de este fenómeno, las celebraciones sociales y familiares son comunes a lo largo y ancho del mundo. También es un factor común a nivel mundial la utilización de elementos naturales en sus ceremonias y ritos: el fuego, el agua, etc.
Junto a la primacía del ciclo solar, también los ciclos de la luna han adquirido especial importancia en algunas culturas. En la nuestra, sólo quedan algunos vestigios de la influencia de este ciclo, que se manifiestan en las celebraciones populares de la Pascua y de los Carnavales definidos por aquella. En este segundo ciclo, el lunar, aparece en las culturas occidentales una influencia muy relevante que debe ser tenida en cuenta en el estudio de las tradiciones populares: la iglesia. A menudo el cristianismo ha asimilado la disposición y la ejecución de tradiciones y ritos del pasado, añadiendo a éstos características propias del ciclo de celebraciones eclesiásticas. Queda patente dicha práctica en las festividades que analizamos: San Nicolás, Navidades, Año Nuevo, Día de Reyes…
Así pues, las tradiciones populares navideñas nos muestran una amalgama natural de signos de antaño y de abundantes manifestaciones recogidas a través de la Iglesia.
A tenor de la ubicación geográfica de Euskal Herria, podemos afirmar brevemente que: el país vasco continental y el país vasco peninsular son perfectamente distinguibles a partir de la orografía e hidrografía del mismo. Por otro lado, y basándonos también en particularidades de la naturaleza, existe un territorio que se extiende a lo largo de la costa y el mar de Bizkaia, y otro que tiende hacia el Mediterráneo.
Considerando el tiempo en general, de verano a invierno, podemos decir que no se observan cambios sustanciales. Nuestro clima, en el territorio tendente a la costa, es lluvioso y húmedo. En el interior, es más seco, y el tránsito de invierno a verano, y al revés, es más brusco y evidente aquí. También son distintas la gente y el tipo de asentamientos de unos y otros. Dejando de lado aquellas ciudades o poblaciones surgidas de forma peculiar, las casas, en ese primer territorio, tienden a dispersarse por los valles. Cuanto más al interior, mayor es la concentración de viviendas.
Para comprender cómo se desarrollan algunas actividades de esta época del invierno, debemos partir de estas características objetivas.
Con la llegada del invierno nuestros caseríos guardan sus bienes más preciados en los almacenes y desván de la casa. La cosecha ha sido recogida en otoño: el trigo, el maíz, las hortalizas… También otros muchos frutos están al alcance de la mano: castañas, nueces, avellanas… A partir del día de San Martín, una vez los productos obtenidos de la matanza del cerdo han sido tratados y guardados en conserva, bien en salmuera o en proceso de secado colgados en las cocinas de los caseríos, éstos están listos para su consumo. La explotación de la uva y la manzana ya ha comenzado en aquellos lugares en los que existen lagares, y las barricas están a rebosar.
Las casas están preparadas para cumplir con un precepto dispuesto en la antigua ley: socorrer al necesitado. Según la mentalidad tradicional, aquel que se vea en necesidad, mendigará (alojamiento o sustento) y el que lo tenga, estará en la obligación de proporcionárselo. Así dicta la ley humana. He aquí, pues, otro modo de comportamiento propio de los seres humanos en sociedad.
Hoy en día el criterio fundamental para diferenciar los grupos humanos es el económico. En la antigüedad, sin embargo, además del origen o de los recursos económicos, existía otro factor para establecer divisiones entre las personas: el determinado a partir del trabajo desempeñado en la casa y de las relaciones establecidas en su interior. Siguiendo este criterio, se distinguían en el mundo tradicional grupos humanos que no identificamos en la actualidad, a saber: los niños (dependientes de los padres), los jóvenes (que trabajaban en la casa pero sin independencia económica), el matrimonio (que aseguraba la pervivencia de la casa con una nueva generación y velaba por ella), los ancianos (que vivían bajo el mismo techo, pero alejados de las faenas de la casa, se dedicaban a menudo al cuidado de los niños)…
Los jóvenes son de entre todos ellos el grupo más destacado. Principalmente eran los chicos quienes se responsabilizaban de casi todo lo concerniente a la disposición de la sociedad (organización de las celebraciones del pueblo o del barrio, sistemas de control de la población, etc.). Pero no disponían de medios económicos. Por ello, a la mínima oportunidad salían de ronda, e iban pidiendo de casa en casa. Los mozos además no desaprovechaban la ocasión para lanzar piropos a las mozas casaderas de las casas que visitaban.
Las canciones de cuestación que cantan los niños en esos días son parecidas a aquellas. Para algunos, el origen de las melodías entonadas por estos chiquillos reside probablemente en las canciones de ronda juveniles que señalábamos.
Recordemos, pues, ahora lo mencionado aquí escuetamente, y expongamos a continuación las canciones y peculiares actividades propias de diversas regiones de Euskal Herria.